Quietud.

Cuando el estómago se te sube en un ascensor, 
cuando el piso pareciera moverse debajo de tus pies, 
el mareo de la mañana acompañando la resaca,
el día siguiente de la muerte de un familiar,
el minuto después de parar de llorar hasta vaciarte,
el vacío,
cuando el sonido de la heladera se apaga 
y de repente notas con claridad 
el verdadero silencio.

Todo se mueve y cambia tan rápido. 
Que solo necesito un poco de la nostalgia, 
recordando los momentos de quietud.
Esos momentos de pura contemplación, 
de espacio en blanco, 
creo que ahí, puedo comprender la vida 
y realmente sentirme despierta, casi realmente viva.

Hace un tiempo que reflexiono mucho sobre la calma
que solo se puede hallar
en lo lento de la vida, 
cuando te encontrás por un momento simplemente 
contemplando el cielo,
en un desayuno sin prisa,
en las respiraciones profundas y pausadas.
Se necesita la pausa para ir a lo profundo, 
y se requiere profundidad para encontrar verdades.

Ambas partes son tan necesarias.
La quietud y el movimiento.
Es irónico que yo, que tanto busque el movimiento, 
hoy aprecie tanto la quietud.
Y como todo ser humano inconformista por naturaleza,
durante el movimiento añoro la quietud
y en la quietud atesoro el movimiento.
En medio de eso siempre está el presente. 
Y sin importar su velocidad, todo pasa.

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